¿Y el derecho a un orden global justo?

El mundo vive tiempos de convulsión e incertidumbre. El malestar con la globalización parece haberse extendido a los países más ricos. ¿Quién capitalizará el descontento y cuál será el orden global resultante?


Ante fenómenos como el Brexit o el ascenso de Trump, el mundo se pregunta hoy con perplejidad: ¿qué explica el ascenso de este radicalismo global de derecha, caracterizado por la xenofobia, el miedo y el odio a lo diferente, la resistencia al cambio y el nacionalismo? ¿Cómo hacerle frente de forma efectiva?
Varias respuestas se han planteado. Una versión, más sociológica, considera que se ha producido un divorcio entre los intereses de las nuevas generaciones y aquella que no ha podido adaptarse a los cambios del orden global. Quienes hacen parte de esta generación, nostálgicos de un supuesto pasado de certidumbres, se refugian en valores tradicionales y en la promesa de políticos que les aseguran que restableciendo el nacionalismo podrán salvaguardarlos de todo lo que consideran una amenaza –los inmigrantes, el libre comercio, los mandatos de órdenes supranacionales, entre otros.

Otra versión considera que se trata de un fenómeno de desilusión o desinformación política: los ciudadanos, cansados de promesas incumplidas de los políticos tradicionales o simplemente apáticos y desinformados, se dejan seducir por quienes les prometen preservar sus privilegios con medidas más radicales.

Aquí quisiera, sin embargo, concentrarme en otra versión frente a la cual se ha desencadenado un intenso debate: los desenfoques con los que se ha manejado la globalización y la política interna en materia económica han exacerbado la desigualdad y han dejado un grupo muy pequeño de ganadores y, en cambio, muchos perdedores. Y en medio del descontento, que se ha extendido a los países desarrollados, hay muchos que aspiran a pescar en río revuelto. La tarea del progresismo internacional, bajo este escenario, sería construir la arquitectura de un orden global justo, domesticar a las élites nacionales, y evitar que el malestar degenere en nacionalismos excluyentes o en el afianzamiento de una globalización o una política económica ortodoxa e inequitativa. Esto sin tirar por la borda los beneficios que puede traer un mundo más interconectado.

Que los beneficios de la globalización se han concentrado en unos pocos es un hecho claro: Oxfam estima que el 1% más rico de la población mundial llegó a concentrar en el 2015 más riqueza que el 99% restante. Tan sólo 62 personas poseen la misma riqueza que 3.600 millones. Dos terceras partes de los hogares en una muestra de 25 países desarrollados experimentaron caídas o avances nulos en sus ingresos reales en los últimos diez años. En Estados Unidos, el 90% de la población con menores ingresos ha enfrentado un estancamiento de sus ingresos reales que se ha prolongado por treinta años. Si bien los países en desarrollo tuvieron avances en la última década, las políticas de austeridad amenazan con frenarlos: de acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo (OIT) el crecimiento de la clase media (que alcanzó el 40% de la población de los países en desarrollo en 2015) se detendrá, así como la reducción de la incidencia de la pobreza entre la clase trabajadora.

El ex ministro griego Yanis Varoufakis sostiene que se están configurando dos nuevos bloques sobre cómo enfrentar este nuevo escenario. Por un lado, el establecimiento político tradicional representado en personas como Hillary Clinton, David Cameron e instituciones como el Fondo Monetario Internacional, la Comisión Europea o el Banco Central Europeo, que encarnarían la visión más ortodoxa de la globalización, caracterizada por la defensa de una economía desregulada, políticas de austeridad aplicadas selectivamente, e incapaz de aceptar que estos enfoques han sido parte del problema. Por otra parte, un bloque que podría denominarse “nacionalismo internacionalista” conformado por Trump, Le Pen, los impulsores del Brexit, Putin y los radicalismos de derecha europeos, que representarían una amenaza para la democracia liberal.

Pero el mismo Varoufakis y otros como el economista Dani Rodrik, con sus diferencias y matices, han planteado la necesidad de una alternativa a estos dos bloques. Según Rodrik, ciertos sectores de la izquierda han contribuido a la claudicación ante el dogma de la desregulación financiera, minimizando los efectos desestabilizadores sobre la democracia de la libre movilidad de capitales, y en particular de los de más corto plazo. No obstante, existirían ya los elementos suficientes para construir una versión más justa de la globalización sobre cimientos sólidos, tales como las medidas para enfrentar la desigualdad propuestas por Piketty y Atkinson, las regulaciones bancarias planteadas por Anat Admati y Simon Johnson, o el diseño de una nueva gobernanza tributaria planteada por la Comisión Independiente para la Reforma de la Tributación Corporativa Internacional (ICRICT), liderada por el colombiano José Antonio Ocampo. Varoufakis añade la necesidad de construir un progresismo internacionalista, basado en la solidaridad, que logre llevar la democracia y la capacidad regulatoria de las mayorías excluidas al terreno de la gobernanza global.

En este contexto parece necesario reactivar el debate sobre un derecho reconocido que inspiró la creación del orden global heredado de la posguerra, pero que en buena medida ha sido descuidado: el derecho a un orden global justo. La Declaración Universal de Derechos Humanos en su artículo 28 establece que “toda persona tiene derecho a que se establezca un orden social e internacional en el que los derechos y libertades proclamados en esta Declaración se hagan plenamente efectivos”. Sin embargo, si bien ha habido algunos avances y propuestas, no se ha pensado a fondo lo que significa que espacios como el sistema financiero internacional, las regulaciones comerciales o de inversiones, la tributación internacional, o el régimen de propiedad intelectual, sean rediseñados bajo reglas más democráticas, en las que los derechos humanos sean la prioridad.

En su discurso en la Convención Demócrata, Bernie Sanders, dirigiéndose a seguidores desilusionados con la nominación de Hillary Clinton como candidata, dijo: “las elecciones vienen y van. Pero la lucha de la gente para crear un gobierno que nos represente a todos y no solo al 1% -un gobierno basado en principios de justicia económica, social, racial y ambiental-, es una lucha que continúa a diario”. La tarea de construir un orden justo y contrarrestar el avance del liberalismo ortodoxo y el extremismo, hace parte de esa lucha constante que un movimiento social cada vez más global debe librar.

Fuente: http://palabrasalmargen.com/index.php/articulos/internacional/item/y-el-derecho-a-un-orden-global-justo