¿Victoria?

En algunos sectores minoritarios, tanto políticos como militares, ha nacido la peregrina idea de que el acuerdo final firmado entre las partes el pasado miércoles es producto de una victoria militar, a pesar de que el general Mejía, comandante del Ejército, ha dicho en repetidas ocasiones que la Doctrina de la Seguridad Nacional está siendo transformada para ponerla a tono con el posconflicto.


Es triste que se entienda, aun por una minoría, que un acuerdo de tan profundo significado histórico haya sido producto de la derrota de una de las partes. Será difícil, largo y paciente abandonar el lenguaje de la Guerra Fría. Detrás del honor militar y del espíritu de cuerpo parece haber algo muy arraigado, que no es necesariamente un mero ideal patriótico. Entender la historia como una lucha entre el bien y el mal, herencia de una mirada maniquea, conduce a ver el acuerdo entre opuestos como una victoria del uno sobre el otro. Y eso fue lo que en realidad no pasó. De la Calle con mucha razón presentó el acuerdo como el “mejor posible”, lo que implica que las dos fuerzas opuestas cedieron para ponerse de acuerdo en la causa, el desarrollo y el fin del conflicto armado. ¿De qué victoria militar se trata entonces? ¿Es que en el Ejército se sigue pensando que el acuerdo es una rendición escondida? Uno puede aceptar que por su naturaleza los militares no piensen como los civiles, pero tal como los medios han presentado la información, la posición de algunos sectores está lejos se ser la del Gobierno

El “mejor acuerdo posible de paz” significa que la verdadera derrotada es la guerra. Y esa derrota tiene precio. Hablar de derrota de las guerrillas es no reconocer el carácter democrático del acuerdo. Es muy difícil también para el uribismo militante aceptar que el intento de ganar la guerra fue vencido. Y no hay de otra: la guerrilla dejará las armas en manos de Naciones Unidas. El Ejército constitucional conservará en sus manos las armas de la República, como corresponde a un acuerdo real de paz. Pero hay que reconocer también que en ese acto, la guerrilla gana políticamente lo que la vieja doctrina de la Seguridad Nacional pierde. Se cae de su peso que a la larga, al cesar la guerra, el poder de los militares se debilitará frente al poder civil, que recuperará al mismo tiempo la soberanía perdida en la confrontación. Más aún, al ritmo en que se afiance la paz será menos necesario el poder represivo, menos activa su importancia política, y tarde o temprano, como ha pasado en todas las guerras, su acción se verá recortada por la mera fuerza de los hechos. Y con ello, los reconocimientos a los soldados se adelgazarán hasta convertirse en los mismos méritos que tienen un maestro de escuela, un médico, un deportista. Entonces sí, las Fuerzas Militares serán uno de los pilares de la tan anhelada democracia.

PUNTO APARTE. Si la Corte Constitucional echa para atrás la sentencia que hoy impide usar la fuerza contra los habitantes de calle, como llaman ahora a los indigentes, para llevarlos a las casas de paso, o como se llamen los albergues donde les dan sopa y cobija, cabrá preguntarse cómo se guardará el orden y la higiene en esos lugares, cómo serán los tratamientos desintoxicantes a que serán sometidos o en qué sitio los esconderán. Porque tal como van las cosas, esos centros terminarán convirtiéndose en verdaderos Gulags criollos.

Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/victoria