Parapolítica: el cinismo, una realidad vigente

HUBO QUIENES CREYERON QUE con las elecciones parlamentarias de este año el problema de la llamada parapolítica pasaría a ser un amargo incidente del pasado.


Los comicios, sin embargo, redujeron con su poca transparencia las expectativas y mostraron sin demora un panorama bastante gris. Primero, la relativa victoria del PIN hizo prender las alarmas por la reaparición de miembros de los desaparecidos partidos vinculados con los paramilitares. Después, la celebrada renovación en la Cámara y el Senado perdió su fuerza al responder, y no solamente en el PIN, más a la herencia electoral de caciques investigados por ese mismo delito que a caras nuevas que trajeran consigo aires frescos al ya muy desprestigiado Capitolio. Por último, para completar el desaire, doce miembros de otros partidos, incluidos los tradicionales, han comenzado a ser investigados. Ni el PIN ni los “herederos” son ya los únicos sospechosos. El martes pasado, Javier Cáceres, ex presidente del Congreso por Cambio Radical, fue llamado a indagatoria.

El Legislativo, como era de esperarse, se indignó con su detención. Sin embargo, para sorpresa, no lo hizo por tener a un honorable servidor, de la trayectoria de Cáceres, comprometido. De manera cómica, por no decir cínica, la irritación fue provocada porque los agentes del CTI lo abordaron en su despacho. Para el ex senador Ómar Yepes, miembro del Directorio Conservador, las oficinas del Capitolio “deberían ser inviolables” y demandó a los congresistas “hacerse valer estableciendo reglas” si las autoridades “no tienen esa consideración”. Las reglas no deberían dirigirse hacia los investigadores de la Fiscalía ni la consideración hacia los investigados, sino las primeras a sí mismos y la segunda a las miles de víctimas de los paramilitares. El Congreso, pareciera, quiere todo menos comenzar a limpiar su muy escabroso pasado. De hecho, ni siquiera se toma la molestia de juzgarlo escabroso.

Incluso, una reforma política como la muy festejada “silla vacía” ahora aparece como otro mal chiste del Legislativo. Hace dos años, tras la encarcelación de 27 congresistas y la investigación de 52, la opinión pública, respaldada por distintas instituciones y organizaciones no gubernamentales, exigió medidas serias para restaurar la dignidad de la rama. Finalmente, entre presiones y escándalos, los parlamentarios se vieron obligados a aprobar reformas que, se sabía, podrían eventualmente ponerles la soga al cuello. Entre ellas, la que recibió la mayor acogida, una que prohibía a los partidos reemplazar a los congresistas mientras eran investigados y que contemplaba la pérdida de la curul si éstos eran destituidos.

Con habilidad, los honorables parlamentarios lograron en un parágrafo transitorio montarle un “mico” a la reforma: ésta sólo cobijaría a los investigados después de su entrada en vigencia. De manera que, para completar el mal chiste, Cáceres, incluso si es condenado, no le dejará la “silla vacía” a su partido, Cambio Radical. Aunque hay debates al respecto y la Corte Suprema todavía no se ha pronunciado, las discusiones parecen indicar que el “mico” quedó muy bien hecho. De manera que no parece haber más esperanza que esperar a que Germán Vargas Lleras, ministro del Interior y jefe de ese partido, le haga honor a la urna de cristal y demás metáforas que ha utilizado la nueva administración, y decida dejar libre el puesto que abandonaría Cáceres de ser encontrado culpable. No caería mal el ejemplo, entre otras, para hacerle honor al controvertido estatuto anticorrupción recién presentado. Las figuras literarias, por pertinentes que sean, no solucionarán por sí solas los graves problemas que aquejan a la Nación.