Lo que callan los periodistas de Buenaventura

En Buenaventura, la capital del Pacífico, la amenaza es el delito que más se ha denunciado en la Fiscalía los últimos dos años. La entidad no da abasto con todas las denuncias que llegan, según supo La Silla por dos afectados que cuando llegaron a contar su caso obtuvieron como respuesta que estaban a tope. La amenaza es el método para silenciar a muchas personas, y los periodistas no son la excepción.

“Te llegan por mensaje de texto, o en el lugar de los hechos se te acerca el lavaperros a decirte: sapito qué estás haciendo, no vas a publicar nada”, le dijo a La Silla un periodista que pidió la reserva de su nombre. Lo mismo corroboró otro.

La Silla Pacífico habló con cinco corresponsales en el puerto que dicen que para vivir en Buenaventura y ser periodista hay que escoger entre lo que se sabe y lo que se calla.

Henry Ramírez, corresponsal de El País, es uno de los pocos arriesgados que cubre noticias judiciales. Un oficio exigente, porque Buenaventura es la cuarta ciudad con más homicidios en el Valle del Cauca- el departamento con la tasa de homicidios más alta del país-. Parte de los asesinatos y desapariciones obedecen a las venganzas entre el Clan del Golfo y La Empresa, las bandas criminales que se disputan el puerto.

Ramírez lleva 20 años ejerciendo en el puerto y dice que desde el principio convivió con el peligro. En una ocasión, los paramilitares lo encapucharon, se lo llevaron a las afueras de la ciudad y amenazaron con picarlo por una nota que cubrió sobre una masacre.

“Una llamada, no sé de quién, me salvó la vida. Después de eso quedé curtido en amenazas”, comentó. Dice que sigue en el trabajo, porque le da satisfacción hacer lo que nadie más se atreve, pero no niega que su familia siempre le ha pedido que se retire.

Las intimidaciones no sólo afectan el trabajo del periodista, también a su familia. Algunos le contaron a La Silla que sus niños se asustan cuando llega la Policía a sus casas o cuando encuentran los chalecos antibalas guardados en algún rincón. Por eso, han tomado medidas más extremas: “presento a mi guardaespaldas como un pariente, para que en la casa no se enteren que tengo esquema de seguridad”, explicó uno de ellos.

Reportería en la cuerda floja

Las estrategias que usan los colegas para protegerse son similares. Cuidan las palabras que usan, deciden hasta dónde ir y usan a las fuentes oficiales para decir lo que es más comprometedor.

Estas estrategias las aprendió a la fuerza otro periodista que en sus primeros días de corresponsal se fue “muy inocente”, dice, al barrio Piedras Cantan, en la zona de bajamar, justo cuando allí llegaron los Úsuga y aparecieron las denuncias por las casas de pique.

“A mi acompañante le vieron cara de policía y de una me llegó el mensaje: qué haces con ese sapo, venite a presentar (ante el cabecilla que gobernaba el sector) o lárgate de aquí”, le dijeron. A partir de ese día y para el resto de su carrera no ha vuelto a pisar el barrio.

Las fronteras invisibles para periodistas están definidas. Según un consultado, nadie se mete en los barrios Piedras Cantan, Camilo Torres, Unión de Vivienda, Caldas, Limonar y Santafé. “Aunque bajó la criminalidad este año, el que debe algo la paga y al que ven raro en una zona lo mandan a llamar”, comentó un corresponsal.

El panorama parece cerrado para ejercer el periodismo, pero los comunicadores se dan sus mañas para sacar a la luz la información. Cuando la cosa se pone caliente, en lugar de cubrir ellos la nota, le pasan el dato a los medios nacionales o regionales. “Llamo al editor, vienen los colegas desde Bogotá o Cali, y yo les doy los contactos”, explicó otra fuente. A su vez, los editores aprecian este esfuerzo y para conservarlos como corresponsales dejan constancia de que la historia se reporteó desde afuera.

Esta medida a veces no es tan útil y algunos comunicadores comienzan a padecer cuando llega el carro del medio con el periodista investigativo a bordo. Después de que sale la nota vienen las represalias para ellos.

Los temas vedados

Los periodistas con los que habló La Silla tienen muy claro cuáles son los temas que no cubren. “Lo de la gerencia del hospital casi no lo trabajo, porque el concejal que denunció eso lo mataron” , “nada judicial, ni narcotráfico o minería ilegal”, “corrupción política, cero”, algo que es difícil en una ciudad en la que los tres alcaldes anteriores han terminado presos por corrupción. Y hasta las mismas fuentes les hacen una recomendación cuando son novatos: sepa a quién le pregunta.

“Aquí los corruptos son otro actor armado”, aseguró una fuente. Algo que corroboraron la mayoría de las fuentes, que afirmaron que cubrir malos manejos de recursos públicos es lo más difícil de su trabajo.

Por ejemplo, el año pasado cuando dos corresponsales de El País cubrían en el Concejo la captura de Bartolo Valencia, acusado de apropiarse del dinero para la educación de los niños de bajos recursos, un seguidor del exalcalde organizó una manifestación de apoyo. La protesta se salió de control y la gente atacó a los periodistas, los acusó de proveer pruebas contra el mandatario y uno de ellos los amenazó de muerte.

“La gente se vuelve fanática de sus políticos. Ellos son de temer, usted saca la nota y téngalo por seguro que le llega su amenaza”, narró un comunicador.

Esto se hace más evidente en temporada de elecciones. Por eso, en sus capacitaciones la Fundación para la libertad de prensa les ha insistido a los medios locales no seguir el juego de los candidatos, que los amarran con las pautas en campaña y que cuando son elegidos los dividen. “Los ponen los unos contra los otros”, explicó Jonathan Bock, coordinador del centro de estudios de la organización.

No obstante, la realidad es que la política y las entidades estatales son las principales patrocinadoras de los medios en Buenaventura, como ocurre en buena parte del país.

Eso es una mordaza, como lo analizó La Silla con base en un estudio y una encuesta sobre medios de finales de 2015: dos de cada tres periodistas regionales evitan publicar temas por miedo al cierre, pérdida de pauta publicitaria o sanciones administrativas.

También pagan el precio de otras maneras, según la Flip. “Los sacan o no los dejan entrar a las ruedas de prensa o los funcionarios se niegan a darles declaraciones”, dijo Bock.

El efecto es que muchos periodistas se dedican a hacer solo un registro de hechos muchas veces basado en boletines de prensa y privilegian las fuentes oficiales, incluso para los temas judiciales. Tampoco hay espacio para hacer periodismo de investigación, argumenta un corresponsal y en ello también concuerda la Flip.

Los medios tampoco generan incentivos para que se atrevan.

Cristian Abadía es un ejemplo. Abadía es enfático en decir que durante los cinco años que ejerció en el puerto como corresponsal de El Tiempo jamás había recibido una amenaza. “Buenaventura es como cualquier ciudad de Colombia, que tiene sus temporadas de violencia”, afirmó. Pero asegura que volvería a la ciudad, pero con condiciones laborales dignas. “Al corresponsal en Buenaventura solo le pagan por nota. Los medios caleños no pagan o es muy poquito y el que tiene un medio local tiene que sobrevivir de la pauta institucional”, explicó.

Abadía renunció a la corresponsalía en El Tiempo y se desplazó de la ciudad cuando en un panfleto en el que supuestamente los Urabeños lo amenazaban de muerte a él y a otros siete compañeros de Buenaventura. Luego se supo que eran inventadas por el periodista caleño Yesid Toro, que en una situación desesperada en la que buscaba que le renovaran el esquema de seguridad y la Unidad de Protección le pagara unos auxilios atrasados, se lo inventó. Actualmente está siendo investigado por la Fiscalía.

Aunque es imposible hacerse el de la vista gorda con las cosas que ocurren en el puerto, un corresponsal evadió el tema y afirmó que prefiere “mejor enfocarse en lo positivo”.

Otros, como Henry Ramírez creen que a pesar del peligro, contar lo que pasa es la única manera de alcanzar los oídos del gobierno central. Los resultados se vieron por ejemplo cuando se disparó la guerra entre el Clan del Golfo y La empresa entre los años 2013 y 2015. La situación atrajo la atención de los medios nacionales y el gobierno Santos visitó la ciudad, reforzó del pie de fuerza así como la Fiscalía; se creó una gerencia alterna para el puerto y le dio empuje al Plan Pazcífico.

Queda en evidencia que aunque se refuercen los esquemas de seguridad y los periodistas trabajen escoltados, aún no hay garantías para que cuenten todo lo que ocurre en el puerto sin temor a que los amordacen.

Fuente: http://lasillavacia.com/historia/lo-que-callan-los-periodistas-de-buenaventura-58453