La asimetría de la violencia

El dilema guerra o paz ha definido la política en Colombia en los últimos tiempos. Pero los estragos de la violencia que genera el conflicto armado no se dan de la misma manera en todo el territorio, razón por la cual, no existe un consenso sobre algo tan obvio como el cese de la confrontación.


Ahora que el proceso de negociaciones con las Farc pasa su peor momento, es oportuno recordar cómo se sufren los rigores de la guerra, de su continuidad si llegaren a romperse los diálogos.

No es lo mismo pedir que vuelva la guerra detrás de un escritorio y un teclado en Bogotá, que decirlo estando en el Mango o en Tumaco, o en Saravena o Algeciras. No es lo mismo negarse a un cese al fuego bilateral desde la comodidad que da estar en Miami o detrás de 300 escoltas pagados con los impuestos de todos. Pero sí, es en Bogotá donde se decide todo – no sólo la continuidad de la guerra – y en la capital el conflicto es ajeno, es un relato tan lejano como el conflicto en la franja de Gaza.

Las regiones donde se sufre con mayor intensidad los rigores del conflicto no tienen suficiente representatividad, no tienen un puesto en la Habana, y las Farc no las representan, porque las Farc sólo se representan a sí mismas. Los apoyos que tienen en esa periferia no alcanzan para tener representatividad, y es por ello que cualquier avance en las negociaciones –como lo fue la tregua unilateral – no son defendidas socialmente.

Resulta cómodo decir no al cese al fuego bilateral, seguramente con buenos argumentos relacionados con la estrategia de la negociación o de no hacer concesiones político – militares que las Farc no se han ganado, pero debemos hacernos responsables de las consecuencias de esa idea. La población de Tumaco estará un mes y algo más sin agua potable, o los habitantes de El Mango ante la zozobra de si mayor presencia de Policía en su casco urbano los pone en la mira de los ataques de las Farc, y claro, uno aquí tranquilo lanzando teorías, mientras gente en los territorios sufre y muere, y mueren soldados y guerrilleros, jóvenes que no han encontrado otra forma de vida en un país donde las oportunidades de empleo en el sector rural son cada vez más escasas.

Concuerdo con Daniel Pecaut en reciente entrevista http://www.semana.com/nacion/articulo/en-plata-blanca-con-daniel-pecaut/387944-3 sobre que el conflicto ya no importa mucho en sectores urbanos. Esta sociedad se acostumbró a vivir en conflicto. Dice Pecaut en la entrevista señalada: “Este país ha vivido 60 años de una especie de ‘tranquilidad’ económica y política, la cual básicamente se resume en el hecho de que no ha habido mayores sobresaltos ni surgimiento de movimientos sociales fuertes que expresen sus reivindicaciones. El conflicto armado les ha garantizado esa ‘tranquilidad’.

Esto no va a cambiar en el corto plazo, hay condiciones estructurales que hacen difícil superar la polarización social y política sobre el conflicto y sobre la paz. Santos no va a ceder ante la arremetida de las Farc para buscar un cese al fuego, las Farc no se pararán de la mesa, lo hará el gobierno cuando se le agote el capital político, ante nuevos atentados terroristas o incluso magnicidios.

O se aceleran las conversaciones y firman lo más rápido posible, o se suscribe un acuerdo de normalización humanitaria que prohíba ataques a población civil, atentados a infraestructura y demás conductas prohibidas por el DIH, y generar un clima propicio para las negociaciones.

Para ello se precisa de un tercero que exija a ambas partes una ética responsable. Anímese don Bergoglio.

@cuervoji

Jorge Iván Cuervo R. | Elespectador.com