El mediocre crecimiento de Colombia

Las mejoras en los índices de desempleo, informalidad o pobreza, tan pregonados en la campaña reeleccionista, no cambian mucho el panorama abrumador de una población que mayoritariamente mal vive en la precariedad.

A pesar de una bonanza de precios de materias primas que se prolongó por más de una década, sólo en 2006, 2007 y 2011 crecimos por encima del 6,5%, jalonados por la minería. La industria lleva dos años seguidos contrayéndose y el crecimiento reciente fue liderado por la construcción de vivienda de interés social y de las obras civiles, en sectores típicamente no transables que presionan más a la revaluación del peso. Me explico: una forma de medir la tasa de cambio es un índice entre los bienes transables (importaciones y bienes que compiten con ellas) y los no transables. Así, un aumento de los costos internos por la expansión de sectores no transables lleva a una pérdida de competitividad de las exportaciones y de la producción nacionales. El anunciado cierre de Mazda es una muestra elocuente de la situación macroeconómica del país.

El gasto público para reelegir a ciertos políticos en Sahagún, por ejemplo, es no sólo ineficiente, sino que viola principios elementales de justicia tributaria. Los contribuyentes nacionales no tenemos por qué financiar la pavimentación de calles ni la construcción de andenes del municipio aludido, pues esa es responsabilidad de las administraciones locales y de la tributación de los ciudadanos que se benefician con las obras. En este sentido, el gasto público nacional no produce un átomo de desarrollo económico.

Otros países latinoamericanos, como Perú y Chile, aprovecharon mejor la bonanza de materias primas, lo cual tuvo que ver con la calidad de sus políticas públicas. Colombia mantuvo déficits fiscales durante todo el período que se expresaron también en faltantes crónicos en su balanza de cuenta corriente. El país estaba consumiendo e invirtiendo por encima de sus capacidades, lo cual se cubrió con endeudamiento público y con inversión extranjera, ambos fuente de divisas que contribuyeron a la revaluación del peso. En los países aludidos hubo, por el contrario, ahorro público y eliminación de la deuda externa, permitiendo que sus sectores transables pudieran no sólo crecer, sino también exportar.

La bonanza en Colombia fue aprovechada para que el gobierno les permitiera a los ricos tributar menos. Si sustraemos los ingresos fiscales que provee Ecopetrol, el recaudo tributario del gobierno central es menos de 13% del PIB, dato escandaloso muy inferior al recaudo chileno, por ejemplo, que es del doble. En su visita reciente el FMI criticó el hecho del reducido recaudo tributario frente a las necesidades del gobierno y de la sociedad.

La deuda externa del gobierno ha seguido creciendo a pasos agigantados, aunque la revaluación la hace aparecer menos pesada con respecto al producto nacional. La semana pasada, JP Morgan anunció que aumentaría sus inversiones especulativas de portafolio en Colombia, algo que volvió a revaluar el peso y a colocarlo por debajo de los $2.000 por dólar, dificultando así la recuperación de la industria.
Santos se ufanaba en sus campañas electorales de que seguiría principios de “buen gobierno” que ahora se manifiestan como todo lo contrario.

Salomón Kalmanovitz | Elespectador.com