Carta de Javier Giraldo S.J. a John Dear S.J., jesuita estadounidense‏

Carta al Padre John Dear, S. J., jesuita estadounidense que ha recorrido
muchas zonas de guerra del mundo como activista de la paz y ha sufrido la
cárcel por oponerse a las políticas criminales de su país. Ha publicado
muchos libros sobre espiritualidad cristiana de la paz y ha visitado varias
regiones de Colombia.


Estimado y recordado John:

Recibe un fraterno y cariñoso saludo.

Te escribo muy preocupado por el hecho de que en nuestra universidad jesuita
de Georgetown hayan vinculado como docente al Presidente saliente de
Colombia, Álvaro Uribe Vélez. No ceso de recibir mensajes de personas y
grupos que sufrieron enormemente durante su gobierno, que reclaman y
cuestionan la actitud de nuestra Compañía o su falta de discernimiento ético
al tomar este tipo de decisiones.

Es posible que las directivas de Georgetown hayan recibido conceptos
positivos de colombianos de altas posiciones económicas o políticas, pero es
difícil que ignoren al menos las profundas controversias éticas que levantó
su gobierno y los cuestionamientos y sanciones que recibió de muchos
organismos internacionales que tratan de proteger la dignidad humana. El
sólo hecho de que durante su carrera política, desde que era Gobernador del
Departamento de Antioquia (1995-1997) hubiera fundado y protegido tantos
grupos paramilitares, llamados eufemísticamente “Convivir”, que asesinaron y
desaparecieron a millares de personas y desplazaron multitudes cometiendo
otras muchas atrocidades, ya implica una exigencia de censura ética para
encomendarle cualquier responsabilidad en el futuro. Pero no sólo continuó
patrocinando esos grupos paramilitares sino que los mantuvo y los
complementó con un nuevo modelo de paramilitarismo legalizado, como son las
redes de informantes, las redes de cooperantes y el nuevo tipo de empresas
de seguridad privada que involucran a varios millones de civiles en
actividades militares relacionadas con el conflicto armado interno, mientras
le mentía a la comunidad internacional con una falsa desactivación de los
paramilitares.

Además, fue escandalosa durante su gobierno la práctica de los “falsos
positivos” consistente en asesinar civiles, principalmente campesinos, y
después de muertos vestirlos de combatientes para justificar su muerte. Con
ello pretendía mostrar victorias militares falsas sobre los rebeldes y
eliminar a los activistas de los movimientos sociales que buscan justicia.

La corrupción durante su gobierno fue más que escandalosa, no sólo por la
presencia de narcotraficantes en los puestos públicos sino porque el
Congreso y muchos cargos de gobierno fueron ocupados por delincuentes. Hoy
hay más de cien congresistas en procesos criminales, todos ellos del entorno
electoral más cercano del Presidente Uribe.

Fue escandalosa la compra de conciencias para manipular los aparatos de
justicia, lo que terminó destruyendo, en niveles muy profundos, la
conciencia moral del país. También fue escandalosa la corrupción con que sus
ministros más cercanos manejaron la política agraria para favorecer a los
más ricos con los dineros públicos, mientras impedía y estigmatizaba los
proyectos sociales. La corrupción de sus hijos, para enriquecerse a costa de
ventajas de poder, escandalizó en su momento a toda la nación. También
utilizó el organismo de seguridad que estaba directamente bajo su control
(el Departamento Administrativo de Seguridad) para espiar mediante controles
telefónicos clandestinos, a las Cortes de Justicia, a los políticos de la
oposición, a los movimientos sociales y de derechos humanos.

Fueron en extremo escandalosos los mecanismos corruptos de los cuales se
valió para lograr su reelección a la Presidencia en 2006, lo cual ha llevado
a ministros y colaboradores cercanos suyos ad portas de la cárcel. El manejo
que hizo de coordinación entre el Ejército y los grupos paramilitares llevó
a que durante su período se produjeran 14.000 ejecuciones extrajudiciales.
Sus estrategias de impunidad para quienes desde el Estado o el Paraestado
perpetraron crímenes de lesa humanidad, pasarán a la historia por su
atrevimiento.

La decisión de los jesuitas de Georgetown de ofrecerle una cátedra a Álvaro
Uribe, no sólo ofende profundamente a los colombianos que aún conservan
principios éticos sino que pone en alto riesgo la formación ética de los
jóvenes que acuden a nuestra universidad en Washington. ¿Dónde queda la
ética de la Compañía de Jesús?

Te escribo estas líneas porque estoy seguro que tú compartes nuestras
preocupaciones y quizás podrás hacerlas llegar a los jesuitas de Georgetown
y a otros círculos de opinión en tu entorno de simpatizantes por la
justicia.

Recibe un fuerte abrazo.

Javier Giraldo Moreno, S. J.

Versión en inglés:

My Dear John:

I send you brotherly and loving greetings.

I write to you with great concern regarding the fact that Georgetown, our
Jesuit University, has hired the outgoing president of Colombia, Álvaro
Uribe Vélez as a professor. I am constantly receiving messages from
individuals and groups who have suffered enormously during his term as
president. They are protesting and questioning the mind-set of our Company,
or its lack of ethical judgment in making a decision of this kind.

It is possible that decision makers at Georgetown have received positive
appraisals from Colombians in high political or economic positions, but it
is difficult to ignore, at least, the intense moral disagreements aroused by
his government and the investigations and sanctions imposed by international
organizations that try to protect human dignity. The mere fact that, during
his political career, while he was governor of Antioquia Province
(1995-1997) he founded and protected so many paramilitary groups, known
euphemistically as “Convivir” (“Live Together”), who murdered and
“disappeared” thousands of people and displaced multitudes, committing many
other atrocities, that alone would imply a need for moral censure before
entrusting him with any responsibility in the future.

But not only did he continue to sponsor those paramilitary groups, but he
defended them and he perfected them into a new pattern of legalized
paramilitarism, including networks of informants, networks of collaborators,
and the new class of private security companies that involve some millions
of civilians in military activities related to the internal armed conflict,
while at the same time he was lying to the international community with a
phony demobilization of the paramilitaries.

In addition, the scandalous practice of “false positives” took place during
his administration. The practice consists in murdering civilians, usually
farmers, and after killing them, dressing them as combatants in order to
justify their deaths. That is the way he tried to demonstrate faked military
victories over the rebels and also to eliminate the activists in social
movements that work for justice.

The corruption during his administration was more than scandalous, not just
because of the presence of drug traffickers in public positions but also
because the Congress and many government offices were occupied by criminals.
Today more than a hundred members of Congress are involved in criminal
proceedings, all of them President Uribe’s closest supporters.

The purchase of consciences in order to manipulate the judicial apparatus
was disgraceful. It ended up destroying, at the deepest level, the moral
conscience of the country. Another disgrace was the corrupt manner in which
the Ministers closest to him manipulated agricultural policy in order to
favor the very rich with public money, meanwhile impeding and stigmatizing
social projects. The corruption of his sons, who enriched themselves by
using the advantages of power, scandalized the whole country at one time.

In addition, he used the security agency that was directly under his control
(the Department of Administrative Security) to spy on the courts, on
opposition politicians, and on social and human rights movements, by means
of clandestine telephone tapping. The corrupt machinations he used to obtain
his re-election as President in 2006 were sordid in the extreme, with the
result that ministers and close collaborators been close to jail.

He manipulated the coordination between the Army and the paramilitary groups
that resulted in 14,000 extrajudicial executions during his term of office.
His strategies of impunity for those who, through the government or the
“para-government”, committed crimes against humanity will go down in history
for their brazenness.

The decision by the Jesuits at Georgetown to offer a professorship to Álvaro
Uribe, is not only deeply offensive to those Colombians who still maintain
moral principles, but also places at high risk the ethical development of
the young people who attend our university in Washington. Where are the
ethics of the Company of Jesus?

I am writing you these lines because I am sure that you will share our
concerns and perhaps you can forward them to the Jesuits at Georgetown and
to other circles of thoughtful persons you know and to those who are in
sympathy with justice.

With a fond embrace,

Javier Giraldo Moreno, S.J.